El origen de los rituales se remonta a nuestros pasados neandertales, hace alrededor de 300.000 años, el momento en que los humanos aprendieron a controlar el fuego.
Así como en la actualidad las personas nos comprometemos en alguna causa a través de contratos para obtener algo a cambio, antes la gente realizaba ritos y/o ceremonias para COMPROMETERSE, en este caso con La naturaleza y el Ser.
En la era de la civilización se empezaron a venerar a “divinidades” o “seres mágicos” creadas por los propios hombres. Desde dioses, ángeles y demonios, hadas y brujas… Sin embargo, anterior a todo esto se rendía culto a algo más real, La Madre Naturaleza, esa cohesión energética aun desconocida; el “Didni”
Eran conscientes de aquello que les rodeaba y de la importancia de respetar y mantener la conexión con aquello que les sustentaba, que les daba la vida; la fuerza de la vida.
De esta manera, también es fácil entender la importancia de los rituales, en este caso del Didni. Sin ellos, no es más que un objeto material.
Esa es la razón PRINCIPAL por la que muchas personas se decepcionan del funcionamiento del amuleto, porque solo lo compran y no realizan el ritual correspondiente de conexión para poder gozar de sus beneficios.
Un Didni sin ritualizar es como una casa sin techo, no está completo y por lo tanto no podrá cumplir su función.
Cuando se lleva a cabo un ritual, se adquiere una responsabilidad o compromiso con el objeto que ritualizamos. Lo hacemos porque somos conscientes de la importancia que tiene para nosotros, depositamos una confianza o fe en ese objeto y eso precisamente es lo que lo convierte en algo especial.
Por esta razón, como apuntábamos anteriormente, es tan importante cumplir los rituales del Didni. Nos comprometemos y confiamos en él. Y este gesto por nuestra parte es lo que le da el máximo poder interno nuestro hacia el Didni.
Si por el contrario, lo utilizamos como un simple objeto de decoración, será solo eso: un objeto.